LA COSTUMBRE: SÍMBOLOS DE HOMENAJE AL AGUA
La “limpiacequia” es un ritual ancestral que reafirma la conexión sagrada entre la comunidad, la tierra y sus tradiciones agrícolas.
La “limpiacequia” es un ritual ancestral que reafirma la conexión sagrada entre la comunidad, la tierra y sus tradiciones agrícolas.
Escribe Sonaly Tuesta (IG @sonalytuesta)
En Laraos (Yauyos, Lima), la “limpiacequia” o sequia ashpi no es solo una costumbre, es una necesidad vital. Este ritual asegura que el agua fluya por los canales que alimentan los cultivos, especialmente el maíz, esencial en la vida de la comunidad. La ceremonia está guiada por el juez de aguas y los principales, autoridades simbólicas que conducen el homenaje al agua, reafirmando la relación sagrada entre el pueblo, la tierra y sus tradiciones agrícolas.
Viajaba recordando un párrafo que leí hace unas noches: “Los ajíes representan la bravura del agua y los higos, su infinita dulzura”. Aún me rondaba esa pregunta sobre la creencia y el pensamiento mágico: ¿qué impulsa a tantos a volver a su pueblo y asumir los cargos necesarios para rendir homenaje al agua? Creo que se trata de pertenencia y devoción. De volver a la tierra, a la fiesta, a la esperanza de buenas cosechas y prosperidad. Porque si no hay agua, los andenes no producen, los maíces escasean y la vida se vuelve incierta. Si no se respeta el ritual, se pierde la conexión sagrada con la naturaleza. Por eso, atendiendo la sabiduría de los mayores, en Laraos (Yauyos, Lima), se repite una secuencia festiva entre el 14 y el 17 de mayo, día en que se «suelta el agua” y se aguarda su bendición.
Enflorar las cruces es el primer acto. Marca el inicio de la limpiacequia o sequia ashpi una celebración que reúne a la comunidad, la reconcilia con su origen y activa los vínculos más profundos con la agricultura y la reciprocidad. Al frente de esta festividad están tres personajes: dos “principales” y el “juez de aguas”. Durante la noche del ensayo y en diversos momentos de la fiesta, estos personajes se presentan en el ruedo central del baile comunitario. El juez porta la bandera y los principales su callapa, con la que, a modo de juego simbólico, se acercan a los danzantes como si fuesen acequias, realizando un gesto de limpieza. Se dice que los bailarines deben mantenerse tomados de las manos; si se sueltan, es señal de que el agua se está desbordando y no ha regado bien los andenes.
El 15 de mayo la fiesta alcanza uno de sus momentos más simbólicos: la entrega de obsequios a quienes asumen los cargos principales de la celebración. En las casas del juez de aguas y de los principales, la cocina no se detiene. Hombres y mujeres preparan con dedicación los platos que se ofrecerán a las visitas que llegan con pojchas y wallkis, dos elementos cargados de sentido comunal.
El movimiento se traslada a una habitación especial de la casa. Allí, un grupo de mujeres trabaja en silencio y con esmero, decorando sombreros con frutas, flores, dulces y cintas de colores. Son los wallkis, adornos que se colocan sobre la cabeza del juez de aguas, de los principales, y de varios de sus familiares. Cada uno es una pequeña obra de arte que honra el rol que desempeñan en la fiesta.
Mientras tanto, llegan las pojchas, ofrendas que cada familia entrega con lo mejor de su chacra: mashuas, ocas, habas, maíces. Son productos del campo, pero también mensajes de fe. Porque al entregar lo que la tierra les ha dado, expresan un deseo colectivo: que la ceremonia se realice con éxito y que el campo continúe siendo fértil. Que el agua siga su curso. Que la comunidad se mantenga unida.
El juez de aguas representa el destino de la primera corriente. Su emblema es una bandera de asta larga (cuatro metros), elaborada en maderas como el lloque, q’anchi o eucalipto. En el centro de la bandera puede ir dibujado el maíz o el inca. Él guía el curso del agua y también de los danzantes, que durante la fiesta representan a esta corriente vital. La bandera siempre va delante. A donde va ella, la fiesta debe seguirla, especialmente el día del yuq’u lachxay, el día de la soltada del agua.
Los principales, en cambio, emulan a los regadores. Su símbolo es la callapa, una horqueta hecha de madera dura —como el quinual o el lloque— que cumple la función de una lampa. Su misión es cuidar que el agua fluya por su cauce sin desbordes ni pérdidas. El día de la soltada, los principales deben asegurar que las frutas, ofrendas a la tierra, no se separen de la corriente inicial.
Tanto el juez de aguas como los principales participan en varios ancushos, pagos rituales a la pachamama y al agua. Se ofrendan frutas como granadas y membrillos. Hay un día reservado para limpiar las acequias y otro para una carrera simbólica desde el punto de suelta del agua hasta el pueblo. Si en esta competencia entre el juez de aguas y los principales, gana la bandera, es augurio de buen año. Pero si gana la callapa, se considera señal de malas cosechas. Así dicen.
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