EN OCTUBRE SE ALIMENTA LA PANZA Y EL ESPÍRITU
Acompañamos al Cristo morado y recorrimos ese sabroso entorno de vivanderas y fogones humeantes, compartiendo el fervor y las tradiciones que nos unen a todos los peruanos.
Acompañamos al Cristo morado y recorrimos ese sabroso entorno de vivanderas y fogones humeantes, compartiendo el fervor y las tradiciones que nos unen a todos los peruanos.
Escribe Paola Miglio (IG @paola.miglio)
Hoy sale el Señor de los Milagros. Mientras la Hermandad se prepara, las vivanderas hacen lo propio. Una historia de fe que se convirtió con los años en cultura. Un Cristo que congrega multitudes y que no solo conmueve, sino que alimenta panza y espíritu. Y es que cada octubre, de la religión que seamos, nos bañamos de morado, comiendo un turrón, anticuchos o picarones. Esa energía única que transmite el Nazareno arrasa con creencias e increencias y abre las puertas a la tolerancia infinita. A la posibilidad colectiva. Acá no siente uno, lo sentimos todos.
“Apúrense”, nos dice Jossué Zavala, de Sincretismo Taller Artesanal, mientras cruzamos la Av. Emancipación. Abarrotada de vivanderos y vendedores de golosinas. Hay choclos humeantes recién salidos del ollón. Mangos picados para mitigar el calor del gentío. Turrones en planchas que abarcan casi toda una carretilla. Picarones crujientes y, por supuesto, el aroma de ese anticucho glorioso que repara cualquier pena, cualquier dolor. Al lado, el rachi, la pancita, el choncholí. Papa sancochada y ajicito para levantar. Y es que la fiesta del Señor de los Milagros se ha convertido, con el tiempo, también en un festín. Como todo en Perú, hay celebración, hay ofrenda, hay comida en homenaje. Cuenta Jossué, quien nos espera inquieto porque tiene que dejar todo listo ya que le toca cargar en poco tiempo (es de la Hermandad, cuadrilla 11), que los vendedores de comida solían acompañar la procesión al final, cuando ya todos habían pasado, sahumadoras, cantoras, banda, fervorosos fieles (son 20 cuadrillas distribuidas en tres grupos: cantoras, sahumadoras y hermanos honorarios).

Hay que correr, son casi las cuatro de la tarde y el Señor pasa a las cinco. O cinco y media, según el avance de los hermanos. El anda pesa entre 1,200 y 1,400 kg. Aún nos queda para llegar a Jr. Huancavelica y cruzar la Av. Tacna. Nos vamos al taller de Jossué, donde se ha congregado un grupo de sus más cercanos a ver pasar la procesión desde sus ventanales. Hay vista directa y estamos emocionados de poder ser parte de esta celebración. Mientras tanto, en la ruta, el olfato nos detiene. En la esquina de Jr. Rufino Torrico con Huancavelica se armó una suerte de pequeña feria que combina dulces, salados y bebidas. Hay emoliente, champús y jugo de naranja. Hay jugo de caña que compramos y bebemos para un chutazo de energía. Hay mazamorras y más chocleras con esas mazorcas de grano gigante que acompañan de salsas, queso fresco y huevitos de codorniz o los habituales. Mayra, anticuchera, nos jala a su puesto, ella viene todos los octubres, solo por estas fiestas, con una sonrisa inmensa nos regala choncholí: intenso, ahumadito, de calle sabrosa.
Luego las melcochas, como las de estadios. Ya no quedan muchos vendedores y estas son de las buenas. Las encuentran justo en una de las cuatro esquinas de la intersección, envueltas en papel blanco y atadas con cinta colorada. Salpicadas con maní y ajonjolí. Los picarones recién hechos. Y los turrones, claro, más turrones, pero ya entrando a la cuadra cuatro de Huancavelica, esos que nos robaron el corazón desde pequeños, los de panadería Nazarenas. Si bien no tan apuesto como los artesanales de hoy, hecho de masa densa y quebradiza, de miel potente y que “se va pa’l fondo”, en cada bocado se forma una melaza maravillosa en boca que activa memorias de octubres lejanos. De familia viva. Esta vez la cola es grande, no hay tiempo de esperar, pero prometemos volver.

Tantas veces hemos hecho esta ruta para solo acomodarnos en una esquinita de la Av. Tacna con Huancavelica. Así, entre la multitud, los aromas de brasas, el calor del octubre primaveral, el agradecimiento y la conexión que se da entre extraños, se espera la salida. Niños, grandes, familias, amigos. Globos. No hay distinción en esa masa humana que aguarda con impaciencia la imagen para finalmente relajar los hombros y entregarse a la energía, que con fe o sin ella, te abraza bonito y borra el malestar del cuerpo. Algo entonces te dice al oído que hay posibilidad. Te pone feliz.
Esta vez viviremos otra experiencia. El taller Sincretismo está en el segundo piso de un edificio que da directamente a la Av. Tacna. Solo a unos metros de donde pasará el Señor de los Milagros. El pequeño departamento está morado y abarrotado. Festivo y expectante. “Ya tengo que salir —nos dice Jossué—, están en su casa”. Y así nos reciben todos, con mesa de dulces peruanos: suspiros, alfajores, turrones, por supuesto. Con guitarra y cajón y valses cariñosos, Lima en octubre. Con un altar iluminado y piezas de arte religioso que ha restaurado Zavala, autodidacta y dedicado. Con los milagritos que son resultado de sus talleres de repujado (atentos al próximo). Así repite a todos, entre globos y papel cortado: “me voy a cargar, se quedan acá y cierro la puerta, se quedan con mi mamá”. Nos acomodamos en un rincón de la ventana, con mirada directa a la copa de los árboles entre los cuales pasará la imagen en unos minutos, horas, ya no sabemos. El tiempo se evapora. Ansiosos, nerviosos, contentos, privilegiados vemos pasar una vez más al generador de tanta cultura. Porque la cocina es cultura y se amarra a tantas expresiones. Esta vez atada a la religión. Cuenta nuestra historia y así como nutre nuestra identidad, también es esencial en ese homenaje de agradecimiento que regalamos cada octubre.
Volvemos a casa, por jirón Chancay, donde las cuadrillas festejan el poder haber sido parte, una vez más, de este rito. Los restaurantes están abiertos y en la casona de la Hermandad la música se confunde con las risas. Mientras el Nazareno regresa a casa (la iglesia Nazarenas), se dirán que hoy ha valido la pena, al son de un vals criollo, al ritmo del crujido de un anhelado picarón. Que siempre vale la pena. Y es verdad.
Hoy, martes 28, es la quinta salida del Señor de los Milagros: pasará por el Hospital Arzobispo Loayza y la iglesia de Nuestra Señora de los Desamparados.
La sexta y última salida será el 1 de noviembre. La ruta es por la avenida Tacna, el jirón Callao, el jirón Chancay y la avenida Emancipación. Luego se guarda en casa hasta 2026.
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