NUNCA FUE QUINOTTO, SIEMPRE FUE (Y SERÁ) MI QUINUA ATAMALADA
La receta no es complicada y se acompaña con arroz blanco graneado o tomate picado en ensalada y ají. Siempre ají. Nada de carnes. Ni rojas ni blancas.
La receta no es complicada y se acompaña con arroz blanco graneado o tomate picado en ensalada y ají. Siempre ají. Nada de carnes. Ni rojas ni blancas.
Escribe Paola Miglio (IG @paola.miglio)
Desde que tengo memoria, una vez por semana, en casa de mis papás se hace quinua atamalada. Al menos hasta que viví ahí (ahora han cambiado cosas porque sí). La prepara Auri y le suele agregar trocitos de queso andino o papa blanca picada. Su receta no es complicada y se acompaña con arroz blanco graneado o tomate picado en ensalada y ají. Siempre ají. Nada de carnes. Ni rojas ni blancas. Cuando era chica, la quinua era suficiente para mantenernos hasta la noche bien armados y además, los ochenta, ya saben, la carne era lujo de una vez a la semana. Debo confesar que como su quinua no he probado ninguna: será su mano sabia o su sazón mágica, o ese amor que destilan cuando cocinan los seres de gran corazón. Hoy Auri me ha mandado un taper (he probado hacerla, pero nunca me ha salido igual, a pesar de que me lo ha explicado varias veces; será que no quiero que me salga para, cobardemente, no romper el vínculo invisible que enlaza la inocencia de mi infancia con ella). Me lo acabo de calentar y el queso derretido y chicloso muestra sus largas hilachas cada vez que le hinco la cuchara. Estoy comiendo sola, frente a la pantalla de la computadora y sigo sintiendo su cariño en cada bocado. Ese es el encanto de la comida, de donde se inspira la cocina de un pequeño mundo. Esta vez el mío.
INGREDIENTES
PREPARACIÓN
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