EL MAÍZ CABANITA EN TIEMPOS DEL SOLAY
En Cabanaconde proponen que la fiesta del solay sea declarada Patrimonio Cultural de la Nación porque el alma del pueblo está en su maíz, un producto versátil y resistente que marca su vida y su festejo.
En Cabanaconde proponen que la fiesta del solay sea declarada Patrimonio Cultural de la Nación porque el alma del pueblo está en su maíz, un producto versátil y resistente que marca su vida y su festejo.
Escribe Sonaly Tuesta (IG @sonalytuesta) / Fotos: Techy Lay y Jorge Guerra
En Cabanaconde (Caylloma, Arequipa), el maíz cabanita crece como si guardara en cada grano la memoria de su pueblo. Como si la naturaleza le hubiese confiado la misión de adornar y cubrir de ritual cada campo, cada andén, durante buena parte del año. Es herencia y sustento que une la vida diaria con los gestos más hondos de la fe y el festejo que viene junto a la faena porque la tierra así lo pide, así lo desea.
Desde que el Inca Mayta Cápac ordenó sembrar maíz en estas tierras altas del Colca, los cabaneños lo veneran como un ser vivo que alimenta el cuerpo y el espíritu. Cada 12 meses, cuando llega el tiempo del solay, la chacra se vuelve magia y se agradece el cariño y la reciprocidad mirando directamente al sol, conversando con las deidades y compartiendo las buenas vibras en comunidad.
Hombres y mujeres, guiados por la música y el aroma del incienso, ofrecen chicha a la Pachamama, piden permiso al apu Hualca Hualca y se arrodillan en el Mujo Tinkay para que la semilla germine con alegría y se multiplique en cada terreno de la gente y de los santos. Entonces el maíz vuelve a nacer, recordando que es necesario el abrigo y la buena voluntad de trabajar juntos.
Por eso, el juego y la presencia de personajes satíricos como el Macchu, el K’ana y la Warmitusuy son esenciales: con cada rol equilibran la celebración y llenan de alegría a los participantes. El Macchu encarna al dueño de la chacra; el K’ana, al forastero; y la Warmitusuy, mujer del K’ana, lleva un nombre que alude a su papel de bailarina. Con el escenario dispuesto y los protagonistas en acción, el relato que se despliega reivindica el trabajo y el quehacer cotidiano, pero también la risa y la picardía como parte del alma del pueblo.
El maíz cabanita nace en los campos altos de Cabanaconde, donde el aire es frío y el sol golpea con fuerza. A más de 3,000 metros sobre el nivel del mar, resiste con la paciencia de quien entiende los tiempos de la montaña. Su mazorca, cónico-cilíndrica y de tamaño mediano, despliega una paleta que va del blanco al rojo, y en algunos sembríos asoma una variante anaranjada oscura, fruto de la misma tierra y de la misma fe en la siembra.
Este maíz ordena los campos y marca los linderos, como un guardián silencioso del territorio. Su grano, un poco más duro, es el preferido para tostar o preparar chicha, bebida que acompaña tanto la actividad productiva como el descanso. Los granos blancos y rojizos se desgranan, secan y mezclan antes de llegar al mercado, donde el trueque y la venta cierran el ciclo que volverá a empezar con la próxima lluvia.
En la cocina, el cabanita es versátil: se usa en chicha, humitas, cancha, sanku, sopas y mazamorra. Una de mis favoritas es el fata chupe. Fata significa maíz reventado y chupe viene del quechua chupi, que quiere decir sopa. Allí, el maíz convertido en mote resalta entre otros ingredientes y se sirve como plato principal en la fiesta del solay, para compartir con los sembradores y quienes acompañan la labor de la chacra.
También está el llulloapi, la mazamorra emblemática del lugar. Pero no es dulce como las que conocemos en la ciudad: este llulloapi salado combina habas, papa, carne fresca de cordero y una planta tradicional llamada chicchimpa, que perfuma el guiso y le da su carácter andino.
El maíz cabanita tiene la virtud de llamar a la abundancia y saciar el hambre. Su diversidad genética es amplia, y sus compuestos antioxidantes y polifenoles aportan beneficios a la salud. Pero más allá de la ciencia, guarda una creencia profunda: nadie puede probar el choclo si no ha sido bendecido por la Virgen de la Candelaria el 2 de febrero. Sin esa bendición, dicen, el maíz no madurará. Porque el maíz, además de alimento, es ofrenda y oración, un lazo sagrado entre la tierra y quienes la cultivan.
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