JOSÉ ALBERTO ZUCCARDI: DE MAIPÚ HASTA VALLE DE UCO, LA HUELLA DE UNA FAMILIA
Construyendo el futuro de la vitivinicultura, la hospitalidad y la olivicultura en Mendoza, Argentina.
Construyendo el futuro de la vitivinicultura, la hospitalidad y la olivicultura en Mendoza, Argentina.
Escribe Catherine Contreras (IG @caty.contrerasr)
Hace buena cantidad de años que el apellido Zuccardi y sus vinos mendocinos se sientan a la mesa peruana. Que Santa Julia, su bodega primigenia en Maipú, y la más joven Piedra Infinita, en Valle de Uco, comparten el protagonismo de nuestros sabores en maridajes gastronómicos. José Alberto Zuccardi abrió el camino para ese encuentro, al que se sumaron sus hijos Sebastián en los vinos, Julia en la hospitalidad y Miguel en los aceites de oliva; Ana Amitrano también es parte del crecimiento comercial. En esta carrera vitivinícola, José Alberto está por cumplir 50 años (en 2026). Sobre estas bodas de oro profesionales conversamos con él: sus inicios, lo vivido, la familia y los proyectos que ya tienen bien avanzados.
Va camino de cumplir 50 años trabajando entre viñedos. Los cumplirá el año que viene. Y aunque mira para adelante, José Alberto Zuccardi siempre recuerda. “Empecé en el año 76, tenía 22 años”. Casi como Miguel, su hijo, cuando inició el proyecto de olivicultura y lanzó su primer varietal; hoy él tiene 42 y una nena que es la quinta nieta del viticultor. Muestra una foto de ambos junto a un olivo milenario, en Nápoles, Italia, y no puede haber más felicidad.
Cuando José Zuccardi se sienta a conversar, la familia está siempre presente. Habla de sus hijos: Sebastián, con sus vinos en Valle de Uco; Julia con el enoturismo y la hospitalidad; Miguel con el aceite de oliva. Tomaron cada quién su camino y confluyeron. “Cada uno de ellos eligió un camino y yo me sumé a sus proyectos. La verdad que no vinieron a hacer lo que yo hacía. Para ningún joven es tentador hacer lo que ya está hecho”, reconoce el padre. Pero hay vínculo, objetivos y valores comunes. Una actividad que más que un negocio es una forma de vivir, y por eso es sostenible.
Cuando José Zuccardi se sienta a conversar, la historia de la viticultura argentina se cuela también. Por esos 50 años suyos dedicados al sector, y así lo cuenta. Empezó en 1976, tiempos de crisis, de caída en el consumo y de sobreproducción de un vino que entonces era de baja calidad. No se exportaba nada. Mientras en Mendoza se arrancaban los viñedos, él se dedicó a plantar vides junto con su padre, Alberto, ensayando un nuevo sistema de riego en campos eriazos. “Me tocó poner la bodega en el mercado, embotellar y vender. Mi primer trabajo fue vender en Argentina, pueblo por pueblo, y armar una red de distribución”. Luego hubo que incorporar tecnología y mejorar el nivel de los vinos para iniciar la etapa de internacionalización. “Te diría que hoy estoy en una tercera etapa, donde una nueva generación con una cabeza mucho más clara y formación profunda desarrolla este concepto de vinos de terroir”. El hombre que por casi 50 años está y gusta sentir las plantas, que toma decisiones junto a ellas, está feliz de que hoy se hable de lugares, de identidad, de la gente. “Es muy interesante el concepto de vinos de montaña. La montaña nos da el clima, el agua, los suelos aluvionales donde cultivamos, la altitud, la luminosidad, la temperatura y el paisaje, que también es importante en un vino”.
Habla de vinos gastronómicos. Vinos que complementan, más que competir con la comida. Zuccardi suma 10 vinos con 100 puntos. El primero fue Piedra Infinita 2016, “un año atípico, muy frío”, un Malbec puro, con un poquito de barrica y buena vejez. El más reciente ha sido un Gravascal 2021 que acaba de salir este año. “El degustador de Parker dice que le gustaría probar este vino en 30 años. Estamos hablando de un vino sin barrica, con fermentación y crianza en piletas de concreto”. Un diálogo puro y directo con la naturaleza, y esto es parte de la revolución que vive Argentina, de sus vinos blancos y de sus vinos longevos. De vinos de montaña, como el Fósil Chardonnay, un vino de paraje dentro de la indicación geográfica San Pablo, de donde provienen también el Aluvional Malbec, a 1400 msnm, y el Pinot Noir de Un Lugar en los Andes, reciente proyecto de Sebastián Zuccardi, a más de 1700 msnm, también en Tunuyán, Valle de Uco. “Estoy muy contento con lo que está pasando porque empezamos a hablar de lugares, empezamos a hablar de la identidad real de los vinos, que está dada por el lugar y por la gente, por la gente y el lugar”, dice José Zuccardi.
Y al hablar de identidad también menciona al Perú: “Siempre miro qué cosas unen a las sociedades transversalmente. Cuando vos ves Perú, lo que los une es la gastronomía, desde el chiringuito más simple hasta el restaurante más top, tienen cosas muy interesantes e identitarias para ofrecer. Y todos los peruanos están orgullosos de su gastronomía. Nos pasa en la Argentina con el fútbol, con el asado y con el vino, porque la gente siente orgullo cuando encuentra los vinos de Argentina en otros lugares del mundo”. Nos pasa lo mismo, a los peruanos.
Finalmente, aunque hay mucha ciencia detrás del vino (análisis de suelos, de los vientos, incluso lo histórico), la expresión de todo ello está en la copa. Beberlo sin pensar en cosas complejas, disfrutarlo sin complicarse, con la comida, con la compañía. De eso se trata: “para beber vino no hay que saber nada, hay que disfrutarlo. El vino no es intelectual, es sensorial”, finaliza Zuccardi.
José Alberto Zuccardi basa el trabajo de la bodega en ciertos pilares: calidad, innovación, comunidad. Todos sus proyectos, hoy, apuntan a desarrollar vinos premium (y también aceites) más que al incremento de volumen. Más crecimiento cualitativo que cuantitativo. En ese sentido, existen proyectos que ya van recorriendo su camino. Uno de ellos es un nuevo centro de visitas en la bodega Santa Julia, con miras a ofrecer una experiencia integral alrededor del vino. Nos muestra fotos: la construcción es íntegramente en suelo de cemento, con muros de tapia (tierra compactada) que le otorgan una identidad arquitectónica artesanal y sustentable, con un impresionante manejo de la luz natural. El complejo enoturístico liderado por Julia Zuccardi incluirá un wine bar, una sala de arte y diversas salas de degustación, además de una pequeña bodega anexa a la principal. La construcción ya lleva dos años, y esperan inaugurarla en 2026. Coincidiría con sus 50 años, le decimos a José Alberto.
También está el proyecto de otra bodega en el Valle de Uco, en Vista Flores, pensada para vinificar más cerca de los viñedos de esa zona. Y es que Piedra Infinita –la bodega icónica que empezaron a imaginar en 2009, a construir en 2013 y se inauguró en 2016– tiene una capacidad limitada, por lo que era necesario contar con una nueva instalación que permitiera procesar las uvas del valle de manera más eficiente. “Este año ya empezamos —dijo—, la bodega está en construcción, pero ya elaboramos vino. La pusimos en marcha el 5 de marzo y vinificamos por primera vez”. El nuevo espacio cuenta con tecnología de punta para el control de temperaturas y procesos. Allí se elaboran vinos de las líneas Serie A, Q y los de mayor gama de Santa Julia producidos en el Valle de Uco.

Los Zuccardi no solo son vitivinicultores, son especialistas en hospitalidad. Combinan el disfrute del vino con la acogida. En brindar experiencias enoturísticas especiales, que hacen de Mendoza un destino gastronómico. Y dos paradas imprescindibles. Una es Piedra Infinita, la bodega de Familia Zuccardi, en Paraje Altamira, tres veces ganadora de la lista The World’s 50 Best Vineyards; un lugar que se mimetiza con el paisaje: hecha toda de concreto, de piedras, arena y agua de la zona, con sus ánforas de hormigón para la fermentación, una mole rodeada de viñedos. Otra, más al norte, es Bodega Santa Julia, en Finca Maipú, con la Casa del Visitante y esas empanadas inolvidables de “La Chacha” Vicaria Galdón; con Zuelo, los campos de olivos de la familia, donde Miguel Zuccardi hace su magia; los picnics y las experiencias de coctelería con Malamado; con el arte contemporáneo siempre presente y, claro, mucho verdor allí donde una vez predominó el desierto.
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