10 DÍAS SIN PLAYA EN CIUDAD DE PANAMÁ
En esta oportunidad viajamos 10 días a ciudad de Panamá para descubrir sus sabores, aromas y la potencia que se perfila detrás de tanta cultura. Desde café hasta hamburguesas.
En esta oportunidad viajamos 10 días a ciudad de Panamá para descubrir sus sabores, aromas y la potencia que se perfila detrás de tanta cultura. Desde café hasta hamburguesas.
Escribe @paola.miglio
Ciudad de Panamá es, probablemente, uno de los secretos mejor guardados de Latinoamérica. Y no por su playas enormes o modernos edificios. No. En esta oportunidad viajamos 10 días para descubrir sus sabores, aromas y la potencia que se perfila detrás de tanta cultura.
Quién viaja a Panamá para ir a la playa o de compras va a gozar. De eso no queda duda. Pero quien viaja a Panamá para descubrir su cultura y tradición, regresará a su país enamorado. Eso fue lo que me pasó. Fui 10 días y, claro, como lo que se vende del país son playas eternas, edificios enormes, bastante agringados y últimamente al estilo Dubai, pensé: “¿qué me hago tanto tiempo por allá?”. De pronto, lejos de aquellas moles de lunas polarizadas y estructuras vanguardistas sin veredas para el paseo, encontré que se acomodaban encantos de barrios, un casco viejo que invitaba al paseo constante y un país lleno de sabores que está comenzando a despertar.
Así, la segunda edición de Menú Panamá (Jorge Chanis y Mario Castellón, organizadores), evento sabroso que combina gastronomía y música y que se realizó en los jardines del Biomuseo, fue mi primer encuentro potente y generoso con una cocina afropanameña que desborda creatividad. El atinado uso del coco y las especias te hacen sentir que muerdes pedacitos de cielo. Y entre empanadas, arroces húmedos y rabos de res que se deshacían en boca, tuve una de las mejores primeras impresiones. Entonces, busqué más, pues esta culinaria tenía que ir de la mano con una cultura que, definitivamente, no estaba en un edificio de 60 pisos.
El mercado de pescados y mariscos fue un primer paso: diversidad, mar de ambos lados que regala langostas, camarones, conchas y peces de carne firme. Ahí, a un costado, te arman los platos también y pueden gozar de un buen ejemplar entero frito y crocante o de un cebiche que amaine el tremendo calor de la ciudad. Luego, el casco viejo: el encanto de lo decadente, la alegría de la vida diaria y el color de la recuperación. Propuestas que invaden las calles entre hoteles boutique que hacen viajar en el tiempo y restaurantes y bares de estética impecable que demuestran que hay para invertir.
Sin embargo, salvo un par de cafés (suponemos porque el esfuerzo es reciente o quizá nos faltaron algunos lugares) la propuesta gastronómica y coctelera no hace par con la visual. Va por el camino, pero falta contenido. Para comer mejor hay que salir de ahí, visitar alguno de los rincones mágicos armados por Mario Castrellón, en los que explora insumos locales que trabaja con comunidades nativas y técnicas modernas que realzan los ingredientes, que revelan su esencia. En Maito el viaje consiste en rendirse, descubrir y dejarse sorprender. O caer en alguno de los espacio de jóvenes emprendedores como el de VSweet, donde además de buenos dulces, empanadas y panes, hay una iniciativa llamada Anti-Burger donde ofrecen hamburguesas de verdad, de las antiguas y clásicas bien hechas. La vuelta a lo real.
Finalmente, en Panamá habla la calle. Esa que canta la salsa y mueve el son. Esa que ha sabido capturar y contar Cuquita Arias de Calvo en su libro Panamá Chombo Style. Ahí, en El Chorrillo, se alimenta uno con los cariños más grandes y los sabores más auténticos. Ahí, en la Calle 27, es donde doña Ceci Pescao nos regala uno de los almuerzos más extraordinarios. Sentados en el comedor de su casa compartimos guisos, pulpo, calamar, cola de langosta y un arroz con frejol negro inolvidables. En Panamá hay más y no muchos en el resto del mundo lo saben. La ciudad se revela curiosa, llama a seguir explorando. Eso nos gusta. Hay que volver.
LOS DATOS
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