MIAMI: ARTE Y BUENA COMIDA, NO SOLO COMPRAS
La cocina empezó a despertar hace algunos años, con influencias generosas de extranjeros que nutrieron un panorama no desierto, pero sí poco desafiante. El arte la acompaña.
La cocina empezó a despertar hace algunos años, con influencias generosas de extranjeros que nutrieron un panorama no desierto, pero sí poco desafiante. El arte la acompaña.
Escribe Paola Miglio (IG @paolamiglio)
No lo voy a negar, nunca fui una entusiasta de visitar Miami. La encontraba una ciudad lejana a todo lo que podía interesarme. Un lugar común que prefería evitar, al que algunos iban a hacer las compras del año o a playas tugurizadas. Hasta que la cocina empezó a despertar, hace algunos años, con influencias generosas de extranjeros que nutrieron un panorama no desierto, pero sí poco desafiante. El Miami lejano se me acercó con rincones nuevos que abrían en la Pequeña Habana o Little Haití, con la llegada de chefs internacionales y con cafeterías de autor que trabajan incluso con pequeños lotes de especialidad de varios países productores. El arte acompañó este despertar. Diseño, moda, street art que comenzó a poblar las paredes de barrios como Wynwood (con muestra celebratoria por sus 10 años), la Art Basel Miami Beach y museos que activaron el interés de locales y visitantes. Quizá todo estuvo ahí y nos cegaron otras luces, quizá la ciudad esperaba quieta este resurgir. Porque ahora a Miami no solo se va de shopping, se va a ver arte y aquel del bueno. Y a comer bien.
MUSEO Y JARDINES VIZCAYA Y BACHOUR
La naturaleza, el arte, el mar, confluyen es esta desproporcionada obra de arte (como un todo) construida como villa yresidencia invernal de James Deering (1916-1925), vicepresidente de la International Harvester Company. Se abrió al público en 1953 como Museo de Arte del Condado Dade (arquitectos F. Burrar Hoffman que diseñó los edificios, el colombiano Diego Suárez que se encargó de los jardines y Paul Chaflin que supervisó la obra). El encanto de la decadencia del ingreso, con estatuas cubiertas por enredaderas y gekos andando en libertad, contrasta con el orden interno y que se despliega en los jardines, algunos en mantenimiento impecable, otros en caos encantador.
Hay hasta un laberinto. Los salones guardan valiosas piezas de arte y el patio interior se nutre de variedad de orquídeas que dan paso a un vitral que conecta con mar abierto, un muelle rompeolas y un barco erosionado que parecieran contar mil historias. Atención a la cocina y a las vajillas que se conservan impecables. Pueden comprar los tickets online y en horarios determinados, recomiendo el más temprano, porque el plan es recorrer todos los exteriores y el calor del medio día es terrorífico.
Luego, para comer, después de este paseo se necesitan fuerzas, así que ahí vamos con la recomedación: vayan a Tablé y Bachour, pues no solo reanimarán fuerzas con sus croissant recién hechos, sino podrán seguir el ritmo de ese regreso al pasado pero con postres de factura espectacular. Además hay generosos desayunos y opciones para almuerzo y cena. Es el combo perfecto, la fineza de la echura, del viaje tempranero, del dulce final.
Felizmente se quedó, o al menos eso señala la web. La muestra de arte imnmersivo, parte de Centro de Arte Experiencial que abrió en abril de 2021, se ubica en un almacén frente al Rubell Museum (del cual hablaremos luego) y es una fantástica oportunidad para meterse dentro de una obra de arte y ser parte de juegos de luces, cambios de escenarios, delicados momentos de solitaria contemplación. Detona el regreso del despertar de los sentidos y todo se intensifica.
Daniel Boyd, Nick Cave, Mary Corse, Es Devlin, DRIFT, Simon Heijdens, Studio INI, JR, Glenn Kaino, Koo Jeong A, Joanie Lemercier, Rafael Lozano-Hemmer, Kohei Nawa, Carsten Nicolai, Risa Puno, Random International, Michal Rovner, Jacolby Satterwhite, Jakob Kudsk Steensen, Studio Swine, teamLab, James Turrell y Leo Villareal son parte de este colectivo en el que querrán quedarse horas deambulando, pues en cada momento hay una transformación, un nuevo color, una imagen que nace y otra que se apaga. Y, de pronto, son parte de la misma obra.
Vayan a primera hora, el almacén es grande y no se llena, siguen todos los protocolos y las entradas son con horarios y se compran en la web, aunque pueden intentar en puerta. Para después, la indulgencia del La Mar de Diego Oka, peruano que se enclava en una de las mejores vistas de la ciudad y que proyecta la calma que es necesaria después de tanto incentivo visual y auditivo. Hay que entregarse no más, y dejar que Diego mande, sus clásicos o creaciones que siguen animando el espíritu y alimentando la creatividad. Un imperdible.
RUBELL MUSEUM, FRITAS Y BBQ
La colección familiar de Don y Mera Rubell se convirtió en museo de arte contemporáneo cuidadosamente recopilado durante los últimos años. El museo debutó en el Art Basel de 2019 y desde entonces se ha convertido en punto fijo para todos los amantes del arte. El rango de la colección es impresionante, los amplios salones, la abundante luz natural y la cuidada curaduría intercalan piezas de todos los formatos y esculturas que lindan con el espanto emocional y la candidez irónica. Hay exposiciones temporales y algunas de inmersión, pero de esas hablamos luego porque merecen un aparte. En estos seis antiguos edificios industriales conectados y reiventados se arma arte con las piezas de arte (valga la redundancia), y ver el completo de cada sala es otra experiencia que suma. Uno de nuestros favoritos, el pintor ghanés Amoako Boafo. Hay café restaurante encantador en el patio de fuera y una tienda que vende delicadas piezas de arte, no solo las típicas postales o libros.
Dentro del Rubell Museum hay tres obras de Yayoi Kusama, la frenética artista japonesa cuyo arte encandila y estalla sin pedir permiso. Hay que pagar ticket extra para poder entrar unos minutos a las cámaras, pero la primera obra está incluida en el pase general y es el Jardín de Narciso, ubicado en la columna vertebral de lugar, es una seguidilla de esferas de acero inoxidable que conducen hasta la sala más profunda del museo. La experiencia es sortearlas y verse descaradamente reflejados en cada una. Luego hay las dos salas de inmersión, las Infinity Room, experiencias que vale la pena vivir en soledad, así que como hay cola, esperen a que entren los grupos y ustedes vayan solos. Son dos minutos apabullantes y estremecedores donde no sabrán a dónde mirar. No desperdicien el tiempo tomandose fotos, dos o tres disparos y luego entrégense a los reflejos y las luces. Astral. Para aplacar la emoción después de tanto buen arte, pues dos recomendados, uno es El Rey de las Fritas, dato proporcionado por el chef peruano de Contento NYC, Óscar Lorenzzi, son hamburguesas cubanas generosas y tradicionales que ha sabido mantener la calidad y hacerse de un importante lugar en la comunidad local. Ya si quieren algo más elaborado se pueden ir a Cote, un encuentro entre la BBQ coreana y el steakhouse estadounidense.
Si bien el barrio de Wynwood está plagado de arte mural, hay un espacio dedicado a concentrar piezas de artistas relevantes que ocupa un aplio descampado donde se puede transitar libremente. El bonus con la entrada, que también compran online, es que hay exposiciones permanentes e itinerantes y hoy están las Wynwood Walls y las muestras The Power of Porpuse y Perfect Memories by Kai. Piezas en formato escultura, instalación, fotografía, técnica mixta, entre otras. La tienda es un dechado de bellezas para llevar a casa y, nuevamente, vayan temprano porque el calor del medio día es temible. Hay una agencia oficial que ofrece tmabién tour en carritos de golf o a pie por toda la zona. Por si el calor los aniquila.
Zak the Baker está cruzando la entrada, pueden tomar desayuno ahí (pidan el griilled cheese y la galleta de chocolate sin gluten) y luego recorrer la zona para terminar con el museo. Y si tienen más hambre, pues en el barrio también está Omakai, omakase para disfrutar de estupendo sushi.
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