
LA COSTUMBRE: LA BODA DE VIRÚ
Símbolo de agradecimiento y celebración, la Boda es un plato esencial durante la fiesta del Señor de la Sangre en Virú, La Libertad.
Símbolo de agradecimiento y celebración, la Boda es un plato esencial durante la fiesta del Señor de la Sangre en Virú, La Libertad.
Escribe Sonaly Tuesta (IG @solalytuesta) / Fotos: Martín Alvarado
La festividad más importante de Virú, en La Libertad, está dedicada a la Preciosísima Sangre del Señor —también conocida como el Señor de la Sangre— y se extiende durante cuatro días cargados de fervor, tradición y memoria. El día central se celebra el primer domingo de julio, pero la emoción empieza mucho antes.
El inicio simbólico ocurre cuando llega a Virú el Señor de Huamanzaña, la imagen del Cristo que aún permanece en el lugar donde fue hallado, hacia 1931, por la señora Maximina Cuba. Su presencia evoca una historia intensa y conmovedora: la del hacendado que, cegado por el desprecio, quiso quemar las imágenes sagradas del pueblo, y la valiente respuesta de los pobladores de Virú, que por fe y por fiesta, decidieron salvarlas.
Ese acto de defensa devota se convirtió en el corazón de esta celebración, donde no solo se honra al Señor de Huamanzaña, sino también a la réplica de la Preciosísima Sangre del Señor, que desde 1993 llega en peregrinación desde el distrito de Puente Piedra, en Lima.
Durante la fiesta del Señor de la Sangre en Virú, hay un potaje que no solo se sirve: se celebra. Se llama la Boda y, como su nombre lo sugiere, es la unión de dos preparaciones que en un solo plato sellan su alianza de sabor y tradición.
Los conocedores dicen que es una pareja perfecta: por un lado, el pepián, rojo, vibrante, cocido con ají colorado, arroz y un trozo generoso de carne de res; por el otro, la llamada Boda verde, cuya alma es el pan. Pero no cualquier pan. Debe ser uno sin sal ni levadura, amasado con paciencia, remojado durante horas y luego estrujado a mano.
Esa masa se cocina lentamente y se tiñe con azafrán, no el sazonador amazónico, sino una planta que le da ese tono verdoso y ese aroma antiguo que llega desde las cocinas de las abuelas. Como toque final, sobre la Boda verde se colocan ajíes, mollejitas y garbanzos, como si la tierra y el corral dejaran allí sus mejores ofrendas.
En el plato, el rojo y el verde no compiten, se acompañan. En uno de los costados, el pepián con su carne; en el otro, la Boda verde coronada con crujientes trozos de frito o chicharrón. Un encuentro de sabores que no se olvida.
Para los devotos y homenajeados, el plato ni siquiera es plato: es bandeja. Y no viene solo. Se suma a la ofrenda un pollo entero, símbolo de abundancia y respeto. Y como antesala, llega la empanada virureña, hecha con harina de pan amasada con aceite y rellena con una rodaja de plátano de seda, que luego se fríe en la grasa que deja el chancho y se sirve acompañada de un plátano de seda. Es la bienvenida a un festín que honra la costumbre.
Quienes preparan este banquete son los mayordomos, el síndico, el alcalde de la fiesta, quienes en sus casas transforman los ingredientes en homenaje. Cada olla es un acto de fe. Cada servida, un gesto de comunidad.
Porque en la Boda no solo hay comida: hay historia, hay color, hay texturas. Hay manos que saben y corazones que comparten. Y como todo lo importante en la vida, nace del gusto… y se queda en la memoria.
Por: Elias Valdez
La barra liderada por Franco Hercilla y el fogón a cargo de Cristian Ruiz destacan con los sabores de México con insumos peruanos.
Leer másPor: Sonaly Tuesta
La “limpiacequia” es un ritual ancestral que reafirma la conexión sagrada entre la comunidad, la tierra y sus tradiciones agrícolas.
Leer másPor: María De Michelis
Un postre divertido de hacer (y, más rico aún, de comer) forma parte de la mesa dulce cotidiana en Argentina. Estas son sus claves.
Leer más