Escribe Jimena Agois (IG @jimena.agois)

Cada octubre, como un rito que celebra el tiempo y la memoria, Elena Santos prepara su turrón Ñatere con discreción, fervor y paciencia. Escoge los mejores insumos, cuida cada detalle y, mientras mezcla, amasa y hornea, su sonrisa —cálida y acogedora— parece traer de vuelta el rostro de su madre, la recordada Teresa Izquierdo, “Madre de la cocina peruana”.

Desde 2011, Elena está al mando de El Rincón que no Conoces, el restaurante fundado por su madre en 1978. Pero su historia con la cocina empezó mucho antes, cuando era apenas una niña que crecía entre los fogones familiares, observando a su madre y a su abuela cocinar con amor y sabiduría. Y aunque su abuela soñaba con verla diplomática, Elena eligió otro camino: estudió secretariado y algo de inglés también, pero dejó todo ello porque empezó a trabajar en el restaurante de Lince, un espacio que con el tiempo se convertiría en el corazón de una familia y de toda una tradición culinaria. Así heredó el conocimiento de la cocina peruana casera y la pasión por los dulces tradicionales, que hoy defiende con convicción frente al paso del tiempo.

Y es que pocas reposteras conservan con tanta fidelidad las recetas antiguas del Perú. Elena es una de ellas. En Mi Dulce Compañía, la dulcería que dirigió hasta que llegó la pandemia, de sus manos revivieron postres como el frijol colado o el dulce de calabaza, manteniendo vigente en su cocina la técnica del calado, ese arte paciente de dejar que la miel penetre hasta que el dulce brille como un cristal. Son técnicas precisas, como las que también aplica en su especial turrón Ñatere, que se hizo extrañar porque no lo prepararon el año pasado pero este octubre sí salió a la venta (solo hasta fin de mes, ¡apúrense en pedirlo!). 

Es curioso: alguna vez pensó cerrar el restaurante cuando su madre partiera, incapaz de imaginar el lugar sin su presencia. Pero, con la fuerza que da el amor, recapacitó. Hoy, Elena muestra un El Rincón que no Conoces remozado: en su fachada, el rostro de la hija mira con amor a su ángel, mamá Teresa, arriba en lo alto, como tocando el cielo; en el interior del local, una decoración más moderna envuelve el espacio, recordándonos las raíces de nuestra cocina y también la evolución. Pero una cosa sí mantiene Elena en su restaurante: la calidez, el mismo cariño y la misma entrega que hicieron de Teresa Izquierdo un símbolo de la cocina peruana. Elena le pone ese ritmo, sabor y alegría: un ADN que lleva en la sangre.

ELENA SANTOS IZQUIERDO: SWEETNESS IN HER HANDS

Words Jimena Agois (IG @jimena.agois)

Every October, as a ritual that celebrates both time and memory, Elena Santos prepares her «Ñatere» turrón with discretion, devotion, and patience. She chooses the finest ingredients, tends to every detail, and while she mixes, kneads, and bakes, her warm, welcoming smile seems to bring back the face of her mother, the beloved Teresa Izquierdo, known as «the Mother of Peruvian Cuisine».

Since 2011, Elena has been at the helm of El Rincón que no Conoces, the restaurant founded by her mother in 1978. But her story with cooking began long before that, when she was just a little girl growing up among family stoves, watching her mother and grandmother cook with love and wisdom. Although her grandmother dreamed of seeing her become a diplomat, Elena chose a different path. She studied secretarial work and even some English. Still, she left it all behind when she began working at the restaurant in Lince, a place that, over time, became the heart of her family and an icon of Peruvian culinary tradition. There, she inherited not only the knowledge of homemade Peruvian cooking but also a passion for traditional sweets, which she defends today with conviction against the passage of time.

Few pastry chefs preserve Peru’s old recipes as faithfully as Elena does. In Mi Dulce Compañía, the pastry shop she ran until the pandemic, her hands revived desserts like frijol colado (sweet black bean paste) and dulce de calabaza (sweet squash), keeping alive the calado technique. This art requires patience, as the syrup soaks until the dessert gleams like crystal. That same precision is applied to her special Ñatere turrón, which took a hiatus last year but is back on sale this October (only until the end of the month. Hurry and get yours!

It’s curious: she once thought of closing the restaurant after her mother passed away, unable to imagine the place without her. But, with the strength that love gives, she changed her mind. Today, Elena presents a renewed El Rincón que no Conoces: on its façade, the face of the daughter looks lovingly toward her angel “Mama Teresa” up above, almost touching the sky; inside, a more modern décor embraces the space, reminding us of both the roots and the evolution of our cuisine. Yet one thing Elena keeps unchanged: the warmth, the affection, and the dedication that made Teresa Izquierdo a symbol of Peruvian cooking. Elena infuses that same rhythm, flavor, and joy, a legacy that runs in her blood.

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